domingo, 17 de abril de 2016

Ella, él y el 624

"Está saliendo el sol, que es sin duda mi Dios". La música del Pity Álvarez suena a todo lo que da en su casa, mientras ella termina de lavar los platos. Él, recostado en el sillón con las piernas sobre una silla, escarba entre sus dientes restos de la carne al horno que acaban de comer. La tele, en mute, pasa casi desapercibida. Casi.
Está sintonizado el canal 624, el canal que ella odia. Mejor dicho, ella odia todos los canales que están entre el 620 y 630 de la grilla HD. Cuando hace zapping al lado de él, intenta esquivar esos canales deportivos. Sabe que, de frenar en uno de ellos, oirá su voz: "A ver, dejame ver cómo va ese partido". También sabe que no interesa por qué competencia jueguen, si la Champions o el ascenso de Indonesia.

Ella ya terminó de lavar los platos y, cerca de él, se acuesta para disfrutar lo que queda del domingo. Ella sabe muchas cosas: entre otras, que mañana se levantará a las 5:30 para hacerle unos mates antes de verlo salir por la puerta de su casa. También sabe que volverá a las 20, listo para bañarse, cenar y dormir. Y así serán los cuatro días restantes de la semana.

Cuando se acostó, pensó que disfrutarían juntos del Pity Álvarez, que luego vendrían canciones de Andrés Calamaro y, así, la tarde iría transcurriendo bastante rápido. Pero no. Él alteró los planes que ella imaginaba. Silenció al Pity y subió el volumen del canal 624, donde 22 jugadores disputaban una pelota. O, mejor dicho, donde 11 jugadores intentaban sacarle la pelota a otros 11 de azul y rojo.

"Dale, poné al Pity", se escuchó decir de sus labios. Él sonrió. Sabe que ella no entiende lo que está pasando.
"No, amor, esta música me gusta más", fue su respuesta, con la sonrisa aún sin borrarse de su rostro. Ella no entendía, pero optó por callarse y ver a su marido disfrutar.

En ese momento, un hombre bajito y chiquito, parecido a una pulga, vestido de azul y rojo, gambeteó a cuatro rivales casi sin moverse, quebró su cintura y abrió la cancha para dársela a un tipo que tiene la misma pinta que un oficinista del microcentro porteño. Él la miró y le dijo "¿Ves? Esta música me gusta más". Ella seguía sin entender.

Unos minutos después, el canal 624 transmitió lo que él esperaba: el hombre bajito gambeteó a otros tres, esquivó a un cuarto y pinchó la pelota sobre el arquero rival. Golazo. Ella lo miró y notó sus ojos vidriosos.

Ahí entendió todo. En el rostro de su esposo ya no se veía la cara de preocupación por los sueldos atrasados, por la tarjeta sin pagar y por los aumentos en las tarifas. Ella entendió que Messi, Iniesta y nueve jugadores más vestidos de azul y rojo eran la mejor música posible para un fin de semana de descanso.

A partir de entonces, ella lo acompañó en sus tardes musicales. A partir de ese momento, no salteó nunca más el 624.